domingo, 27 de abril de 2014

Una terraza en las nubes


León era funcionario. Trabajaba en Madrid, en el Ministerio de Sanidad, como economista, en el Departamento de Estadística. Su puesto de trabajo era, como el de cualquier funcionario, una de las pocas cosas seguras que había en su vida. Sus dos últimas relaciones sentimentales le habían dejado, tras su fracaso matrimonial, la sensación de que su vida carecía de sentido. Lo único que le anclaba a su ciudad era su trabajo y ahora estaba pensando abandonarlo. La mayor parte de su nómina iba directamente a la cuenta de su ex, la madre de sus tres hijos.
Aquella mañana se despertó con la impresión extraña que le sobrevenía siempre que tenía aquel sueño. Decidió que no iría a trabajar. Todavía no había sonado el despertador, de manera que no podía llamar al trabajo para dar una excusa. Decidió llamar desde la calle. Se lavó los dientes y se duchó, pero decidió no perder el tiempo en afeitarse. Salió de su pequeño apartamento de divorciado en la Calle de Las Huertas, enfrente de “The Variety Tavern” y bajó hacia Atocha, evitando el Ministerio por si acaso y cruzando por enfrente del botánico subió el Paseo del Prado con la idea de desayunar en el bar de los Jerónimos, al lado de la Asociación de Amigos del Museo del Prado.
—Buenos días, Victoria. ¿Un café con leche y un cruasán (Croissant)?
—Ahora mismo, León. Hoy te has caído de la cama.
León, absorto en sus pensamientos, no contestó. Desayunó rápidamente y dejó unas monedas. «Esto se tiene que acabar. No puedo más. Apenas veo a mis hijos, ellos no parece que sientan nada por mí y su madre me tiene hasta las narices. ¿No quiere realizarse? Pues que se realice, pero no a mi costa». Salió sin decir adiós. Bajó al Paseo del Prado y decidió pasear hacia la Plaza Castilla, rumbo norte, pero sin más preocupación ni objeto.
«Al fin y al cabo, soy licenciado en medicina aunque no esté colegiado. Seguro que en Barcelona puedo defenderme estupendamente para vivir yo solo, trabajando de forma esporádica en lo que sea y sin estar sujeto a una nómina que me puedan embargar».
«Seré el padre de las criaturas, pero está claro que lo único que necesitan de mí es mi dinero, de manera que va siendo hora de que su madre se espabile. Yo ya he estado pasándoles los “alimentos” durante diez años. Ya no aguanto más».
Absorto en sus pensamientos, había llegado, sin darse cuenta, a la altura de María de Molina. Eran ya las nueve y media de la mañana. Buscó un lugar apartado del ruido del tráfico y llamó al trabajo para decir que no se encontraba bien. Algo muy dentro de él le hacía tomar esa precaución, a todas luces inútil si llevaba a término su idea de dejar el trabajo.
«Espero que Jaume me eche una mano en Barcelona. Cuando haya aclarado mis ideas, le llamaré. Quizás esta tarde a su casa. Además me vendría bien que me ayudara a buscar un sitio donde vivir a buen precio, hasta que encuentre un trabajo».
Llegó a Raimundo Fernández Villaverde y cruzó la Castellana con la idea de vagar por “El Corte Inglés”, eso le ayudaría a centrarse. Le costaba pensar con claridad, olvidarse de su sueño.
Apenas había caminado dentro de los grandes almacenes, cuando al lado de la peluquería de caballeros apareció ante él la “Semana de la Magia”. Nunca hubiera creído poder encontrar algo así en tan importantes almacenes. Se distrajo mirando velas de magia y otros objetos de ritual que se vendían en los distintos tenderetes; porque, estaba en El Corte Inglés, sí, pero había tenderetes. No encontraba palabra más adecuada para definirlos.
De pronto, la cara agradable de la “maga Griselda”, nombre que a todas luces era un alias, le hizo plantearse consultarle el sueño reiterativo que tantas veces le había inquietado durante su adolescencia y que esta madrugada le había hecho despertar con tan extraña impresión.
«¿Llevaré dinero suficiente, admitirán tarjetas?» Se preguntó. Vio el precio en un discreto cartel, con detalle según las distintas prestaciones. Y sí, podía pagar incluso con la tarjeta de “El Corte Inglés”.
La maga Griselda estaba preparando algunos trabajos, pero no tenía a nadie en su “consulta”.
—Buenos días.
—Hola, buenos días. ¿Puedo ayudarte?
—Pues no lo sé. No es que yo crea demasiado en estas cosas, pero…
—¿Has oído hablar de la quiromancia?
—¿La supuesta adivinación por las rayas de las manos?
—Sí, pero nada de supuesta. Es un saber muy antiguo y con bases científicas. ¿Hacemos una prueba?
—No. Prefiero probar otra cosa. ¿Sabes interpretar sueños?
—A ver. Prueba. Cuéntame el que te preocupa. Porque hay uno que te preocupa ¿Verdad?
—Pues verás:
No sé cómo llegué a esa terraza. Era una casa antigua, de ladrillo; no se veía el resto del edificio, ni la calle, ni la ciudad. La terraza estaba encima de las nubes. La casa tenía dos puertas: Una puerta daba al vacío, estaba abierta, pero en medio de la fachada. La otra daba a la terraza, pero no podía ver si tenía escalera o era un ascensor. Ni sabía cómo había llegado, ni cómo iba a salir de allí. Tampoco veía el suelo de la terraza, también estaba oculto por las nubes. Había una barandilla de hierro oxidado, a punto de quebrarse. En mi sueño no había nada más. Era un lugar que me resultaba familiar, aunque no sabía por qué.
—A ver: Lo que yo entiendo, y no sólo por el sueño, sino por cómo te has presentado y porque yo estoy acostumbrada a tratar con mucha gente, es que eres muy tímido, y no te atreves a cortar el cordón umbilical.
«Ya estamos» Pensó León. «Siempre con la misma lata» Y notó que, al instante, sus mejillas ardían aumentando su calor mientras más pensaba en ello. «¿Nunca lograré superarlo?» Y siguió prestando atención a Griselda.
—En tu sueño no sabes dónde estás porque te empeñas en ubicar la terraza como perteneciente a una casa que intentas localizar en una calle de una ciudad. Buscas un sitio concreto. Y no. Estás en las nubes, y cuando uno está en las nubes, las calles, las ciudades e incluso los países, carecen de importancia. Pero ese es el sueño de volar. Un sueño tan antiguo como la civilización, como la historia, yo diría, incluso, que como la Humanidad.
«En las nubes estoy a menudo, sobre todo cuando me sueltan estos rollos. Tendré que prestar atención que esto me cuesta treinta euros»
—Sin embargo, tú no te atreves a volar, por eso en tu sueño no ves el suelo que pisas, el de la terraza, porque está, dices, oculto por las nubes. Anhelas volar, rodeado de nubes por todas partes y así te ves en tu sueño. Pero, en realidad, necesitas sentir tus pies afirmados en la tierra, bien firmes en ella de la cual el suelo de la terraza, por muy alto que esté, no es más que una representación.
—De mayor, una vez vi desde mi ático una terraza parecida. Cada vez que me asomaba, me venía a la cabeza este extraño sueño. Sueño que se repitió, en alguna ocasión, durante mi adolescencia.
—¿Ves? Tengo razón en mi interpretación. Ese sueño se hace presente cada vez que has de tomar una determinación que, por lo que sea, te asusta. Mi consejo es que te libres de una vez por todas de este sueño. El Tao Te King hace alusión a tu sueño en esta hojita que puedes quedarte. Te ayudará a tomar una determinación para perder, de una vez por todas, el miedo. Atrévete a volar. “Sé tú mismo” es el peor consejo que puede dárseles a algunas personas, pero no es tu caso. Sé tú mismo. Lucha por ser feliz.
León cogió la hoja que le ofreció Griselda, pagó, dio las gracias y se alejó de la zona pensando que la explicación del sueño, si no era cierta, era adecuada y que iba a llamar a Jaume en cuanto que fuese la hora de comer. Para hacer tiempo, se dirigió al departamento de librería. Los libros para él eran un vicio. Había tenido más de una discusión con su ex mujer por ese tema y eso le había llevado a comprarlos a escondidas. La mañana se le pasó sin sentir entre las surtidísimas estanterías de libros. Le interesaban todos.
Miró el reloj cerca de las dos y media y decidió comer en la cafetería un sandwisch “Cortty”. Bebió un sorbo de la cerveza que le habían servido mientras esperaba el bocadillo y aprovechó para llamar a Jaume.
—¿Jaume?
—Hola León, cuánto tiempo, ¿cómo te va?
—Bien, bien ¿Y tú, cómo estás?
—Bien. Sigo dando clases de Biología en el Instituto a los cafres. Las preparo como si tuvieran interés en aprender. Ya sabes, como siempre.
—Oye, te he dicho que estoy bien, pero lo cierto es que estoy harto. No soporto más esta situación. Los chicos pasan de mí olímpicamente y yo no he conseguido rehacer mi vida desde mi divorcio de Andrea. ¿Puedo contar contigo? ¿Me harías un gran favor?
—Lo que quieras. Sabes que sí, si está en mis manos.
Y León tuvo la certeza de que todo estaba solucionado, de que por fin podría volar.


miércoles, 16 de abril de 2014

Tengo trabajo. Pero manual. Eso me hará olvidar. Llevo más de cincuenta horas sin fumar.







Este libro lo compré por tres €,  hará cosa de un mes y aún no lo he leído. Recuerdo haber leído, de la biblioteca de mi padre, «La incredulidad del padre Brown», cuando tenía quince años y me quedó un gran recuerdo.

G. K. Chesterton es un autor al que dedica el 10º capítulo de su libro "10 ateos cambian de autobús"
José Ramón Ayllón, autor del mismo. Edita Palabra.


jueves, 10 de abril de 2014

Abuela Almu o abuelo Ilde


Abuela Almu o abuelo Ilde,  quiero haceros una pregunta: Que por qué existimos, por qué hay seres en la tierra y en otros planetas no... en los demás.

Esto lo soltó nuestro nieto Edu, que el cuatro de julio próximo cumplirá siete años el pasado 19 de marzo.

Bien cada vez, más artista y menos confuso, ya lo veréis.


Bien, éste es el hermano pequeño. Dani. De momento no comentaré nada de él, salvo que me parece genial. A partir de hoy serán mis entradas más frecuentes.